Quisiera empezar este escrito diciendo que soy maestra y lo soy por convicción: creo que la educación tiene sentido, que transforma, en un sentido o en otro pero efectivamente transforma, de ahí su importancia crucial en cualquier sociedad. En ese orden de ideas, quiero hacer un breve comentario a propósito de la película Los Coristas, dirigida por Christophe Barratier, que con sencillez y sutileza presenta un escenario que bien podría llamarse de educación para la paz.
Ahora bien, no se trata de esa simplificada idea de paz, muy útil para adormecer el pensamiento, según la cual, la paz es un estado de felicidad total, de ausencia de conflicto, un asunto de “buenos” y “malos”, de armonía total. Se trata del reconocimiento de su complejidad en tanto la convivencia es entre seres humanos cuya naturaleza es compleja y cuya comprensión va más allá de románticas ideas de bondad innata que estamos por descubrir. Al contrario, una noción de paz más compleja, remite al reconocimiento de esa condición humana que se debate entre lo creativo y lo destructivo, en los extremos que Freud identificó como Eros y Thanatos.
De igual manera, una dicha noción, tendría que tener en cuenta que la construcción del sujeto se hace con y para otros sujetos, es en la relación con otro como es posible ser actor de la propia existencia. Es pues la vida social la instancia formativa por excelencia. Es esta perspectiva, que se plantea un análisis de la película los coristas en relación con aquello de educar para la paz.
Así, vale la pena observar las prácticas educativas que la escuela y el maestro ponen en obra en su quehacer cotidiano. La forma refleja unos principios que aluden a la noción de sujeto: mientras para el director los estudiantes no eran más que una caterva de inútiles, que debían ser sometidos al más ramplón conductismo mediante la acción-reacción, principio de la ciencia que trabaja con objetos; para el maestro de música, por el contrario, los estudiantes son sujetos: seres complejos, polifacéticos, con características cognitivas, emocionales, afectivas, de ahí que en lugar de objetos sometidos a la acción-reacción, modelo de relación planteado en el orfanato, su forma de enseñar se produce a la luz de la búsqueda de las potencialidades de cada estudiante, de su originalidad para aprender. El maestro no busca nada para sí mismo, o mejor puede identificarse en sus alumnos justamente porque puede aceptar su diferencia, por eso todos tienen un lugar en el coro, no hay marginales, no hay excluidos.
Éste es a mi modo de ver, un principio de educación para la paz ¿Cómo pedir a los marginados que no ataquen una sociedad que los ha puesto por fuera del juego? ¿Cómo pedir a los excluidos por su diferencia que no inventen mecanismos de agresión, que les puede significar la supervivencia, contra aquellos que los discriminan, los desconocen, los niegan en su humana condición?
Así, educar para la paz puede entenderse como la opción de una sociedad respetando, pero sobre todo, valorando la diferencia, lo cual se liga con otro aspecto que puede tener sentido: educar para la desobediencia. Desobediencia frente a dominación autoritaria que limita las posibilidades de una educación en lo racional y en lo emocional, desobediencia frente a los estereotipos que obnubilan la capacidad de analizar, de ir más allá de las apariencias y que ponen al servicio de intereses sombríos de diverso orden: estético, político, de género, etc.
Desobediencia frente a un uso estereotipado del lenguaje, según el cual se señala al otro como el enemigo a vencer, a arrasar a destruir, enemigo que con mucha frecuencia lo es de fuerzas extrañas que no desean detractores, críticos, contradictores, oponentes, o sencillamente desean mansos consumidores, a-críticos y manipulables, pero altamente rentables.
Ahora bien, las prácticas que pueden contribuir a ello, tienen que ver con el reconocimiento del otro como sujeto pensante, capaz de un uso riguroso de la razón y una educación de la emoción que parte del reconocimiento que partiendo del reconocimiento en el otro de la misma facultad, así como de las dimensiones humanas que trascienden lo meramente conductual, para descubrir los precipicios del inconciente, aunque no siempre resulten estéticamente atractivos o políticamente correctos.
Hay violencia también, cuando no se crean condiciones para la excelencia, cuando el sujeto es formado con poco rigor frente al patrimonio que la humanidad ha ido construyendo, consolidado en las artes, la literatura y las ciencias, pues se lo limita por lo bajo, así hay violencia estructural en la marcada diferencia en cuanto a la calidad de educación entre los sectores sociales.
Volviendo a la película, ¿qué hace a este hombre maestro para la paz? Su capacidad de ir más allá de sí mismo, su capacidad para anteponer a su propia frustración, el deseo de ayudar a crecer a otros: él es un compositor frustrado, pero, a diferencia del director, no requiere perpetuar esta condición en “el otro”, al contrario, en la medida en que se reconoce a sí mismo en los demás, puede apelar a sus aspectos creativos (Eros) trasgrediendo el narcisismo exacerbado.
Así, educar, educar verdaderamente, conlleva un acto de humildad, de grandeza, es ofrecer posibilidades a las nuevas generaciones de un futuro mejor al que nosotros mismos hemos tenido, educar es prolongarse en el otro pero no de manera narcisista, al contrario, reconociendo las propias limitaciones, así como ls potencialidades que encierra la condición humana.
Esa es la visión que en mi condición de maestra, tengo de la educación, esto supone un reto permanente en un quehacer que considero importante y más aún en este momento histórico.
Zoila Beatriz Ortiz
Ahora bien, no se trata de esa simplificada idea de paz, muy útil para adormecer el pensamiento, según la cual, la paz es un estado de felicidad total, de ausencia de conflicto, un asunto de “buenos” y “malos”, de armonía total. Se trata del reconocimiento de su complejidad en tanto la convivencia es entre seres humanos cuya naturaleza es compleja y cuya comprensión va más allá de románticas ideas de bondad innata que estamos por descubrir. Al contrario, una noción de paz más compleja, remite al reconocimiento de esa condición humana que se debate entre lo creativo y lo destructivo, en los extremos que Freud identificó como Eros y Thanatos.
De igual manera, una dicha noción, tendría que tener en cuenta que la construcción del sujeto se hace con y para otros sujetos, es en la relación con otro como es posible ser actor de la propia existencia. Es pues la vida social la instancia formativa por excelencia. Es esta perspectiva, que se plantea un análisis de la película los coristas en relación con aquello de educar para la paz.
Así, vale la pena observar las prácticas educativas que la escuela y el maestro ponen en obra en su quehacer cotidiano. La forma refleja unos principios que aluden a la noción de sujeto: mientras para el director los estudiantes no eran más que una caterva de inútiles, que debían ser sometidos al más ramplón conductismo mediante la acción-reacción, principio de la ciencia que trabaja con objetos; para el maestro de música, por el contrario, los estudiantes son sujetos: seres complejos, polifacéticos, con características cognitivas, emocionales, afectivas, de ahí que en lugar de objetos sometidos a la acción-reacción, modelo de relación planteado en el orfanato, su forma de enseñar se produce a la luz de la búsqueda de las potencialidades de cada estudiante, de su originalidad para aprender. El maestro no busca nada para sí mismo, o mejor puede identificarse en sus alumnos justamente porque puede aceptar su diferencia, por eso todos tienen un lugar en el coro, no hay marginales, no hay excluidos.
Éste es a mi modo de ver, un principio de educación para la paz ¿Cómo pedir a los marginados que no ataquen una sociedad que los ha puesto por fuera del juego? ¿Cómo pedir a los excluidos por su diferencia que no inventen mecanismos de agresión, que les puede significar la supervivencia, contra aquellos que los discriminan, los desconocen, los niegan en su humana condición?
Así, educar para la paz puede entenderse como la opción de una sociedad respetando, pero sobre todo, valorando la diferencia, lo cual se liga con otro aspecto que puede tener sentido: educar para la desobediencia. Desobediencia frente a dominación autoritaria que limita las posibilidades de una educación en lo racional y en lo emocional, desobediencia frente a los estereotipos que obnubilan la capacidad de analizar, de ir más allá de las apariencias y que ponen al servicio de intereses sombríos de diverso orden: estético, político, de género, etc.
Desobediencia frente a un uso estereotipado del lenguaje, según el cual se señala al otro como el enemigo a vencer, a arrasar a destruir, enemigo que con mucha frecuencia lo es de fuerzas extrañas que no desean detractores, críticos, contradictores, oponentes, o sencillamente desean mansos consumidores, a-críticos y manipulables, pero altamente rentables.
Ahora bien, las prácticas que pueden contribuir a ello, tienen que ver con el reconocimiento del otro como sujeto pensante, capaz de un uso riguroso de la razón y una educación de la emoción que parte del reconocimiento que partiendo del reconocimiento en el otro de la misma facultad, así como de las dimensiones humanas que trascienden lo meramente conductual, para descubrir los precipicios del inconciente, aunque no siempre resulten estéticamente atractivos o políticamente correctos.
Hay violencia también, cuando no se crean condiciones para la excelencia, cuando el sujeto es formado con poco rigor frente al patrimonio que la humanidad ha ido construyendo, consolidado en las artes, la literatura y las ciencias, pues se lo limita por lo bajo, así hay violencia estructural en la marcada diferencia en cuanto a la calidad de educación entre los sectores sociales.
Volviendo a la película, ¿qué hace a este hombre maestro para la paz? Su capacidad de ir más allá de sí mismo, su capacidad para anteponer a su propia frustración, el deseo de ayudar a crecer a otros: él es un compositor frustrado, pero, a diferencia del director, no requiere perpetuar esta condición en “el otro”, al contrario, en la medida en que se reconoce a sí mismo en los demás, puede apelar a sus aspectos creativos (Eros) trasgrediendo el narcisismo exacerbado.
Así, educar, educar verdaderamente, conlleva un acto de humildad, de grandeza, es ofrecer posibilidades a las nuevas generaciones de un futuro mejor al que nosotros mismos hemos tenido, educar es prolongarse en el otro pero no de manera narcisista, al contrario, reconociendo las propias limitaciones, así como ls potencialidades que encierra la condición humana.
Esa es la visión que en mi condición de maestra, tengo de la educación, esto supone un reto permanente en un quehacer que considero importante y más aún en este momento histórico.
Zoila Beatriz Ortiz